La vecina

Todos los días a la misma hora la veía bajarse del coche junto a mi puerta, siempre con aspecto cansado, hastiada del peso del tiempo pasando por ella mientras dedicaba las horas a un trabajo que no la motivaba. Parecía arrastrar su pena con una mano mientras con la otra cerraba la puerta del coche. Yo la miraba sin que me viera, desde la ventana que daba a la calle. Un día, que la vi con las manos cargadas de bolsas de la compra, me animé a salir a ayudarla.

      -¿Puedo ayudarte? -le pregunté, tratando de que mi tono no la intimidara-. Elba, ¿verdad?

      Ella sonrió y asintió.

      Me acerqué y rocé con mi mano la suya para agarrar una de las bolsas.

      -Gracias -me dijo sin dejar de sonreír.

      La acompañé hasta su casa, que estaba junto a la mía y me paré en la puerta. Ella abrió y me invitó a pasar. Me indicó el camino a la cocina y me dijo: “Puedes dejarla ahí”. La observé agacharse de espaldas para dejar las bolsas. Sentí unas ganas inmensas de agarrar sus caderas y pegarlas a mí. Se incorporó y me miró con la misma sonrisa. Me volvió a dar las gracias. No quería irme de allí, pero no sabía qué decirle. Ella se quedó quieta mirándome como si buscara la forma de hacer que me quedara.

      -¿Quieres una cerveza? -me preguntó.

      -Claro -asentí disimulando mi entusiasmo.

      Ella volvió a sonreír. Cogió dos botellines del frigorífico y los abrió con la base de una cuchara como quien es capaz de abrir cualquier cosa con una cuchara. Volví a rozar su mano al agarrarlo. Ella se llevó el botellín entre sus labios carnosos y dio un trago empinando su mandíbula y dejando ver la silueta de su cuello como si quisiera torturarme. Se dejó caer de espaldas contra la encimera y abrió ambos brazos extendidos haciendo que los botones de la camisa se tensaran sobre sus pechos.

      -A lo mejor te parece raro, pero tenía muchas ganas de conocerte -me dijo.

      -¿En serio? -contesté- Y me salió una sonrisa imposible de contener.

      Ella se ruborizó y agachó sutilmente la cabeza para mirarse los pies chocando suavemente la puntera de sus zapatos. Se relamía los labios de los restos de cerveza y me hacía desear su lengua como un poseso. De pronto, levantó la vista y me miró fijamente atravesándome con los ojos entornados, incitantes. Se me puso dura en ese instante, ella lo vio y volvió a sonreír provocativamente al tiempo que se mordía el labio húmedo y sonrojado. No pude contenerme más, dejé el botellín a su lado y me lancé a su boca. Le metí la lengua suave, recreándome en cada lengüetazo y en el calor de su saliva, y me apreté contra ella hasta hacerla sentir la dureza de mi polla en su clítoris. La besaba apasionadamente. Ella me agarró la lengua con sus labios y apretó un segundo; me soltó, sonrió y sacó de nuevo la lengua para chuparme. Nos chupábamos nuestras lenguas sin apenas rozar los labios. Sus pezones estaban tan duros que podía sentirlos como garbanzos bailando en mi mano. Uf, me ponían burrísimo. Estaba muy salvaje, sólo pensando en meterme dentro de ella hasta lo más hondo, pero me reprimía; no quería parecer un salido. Pero era difícil porque estaba demasiado cachondo. Le apreté mi polla hinchada contra su entrepierna con tanta fuerza que gimió al mismo tiempo que crujía el mueble. La embestí contenido una y otra vez mientras resoplaba de placer junto a su oreja. Sus pechos enormes rebotaban con cada embestida y yo agarraba su culo estrujándolo con todas mis fuerzas. Ella me agarraba el cuello y presionaba mi cabeza contra su nuez empujándome para que bajara hasta su escote. ¡Dios mío!, sus pechos estaban empitonados apunto de explotar bajo la camisa. Se desabrochó los botones lentamente, recostada sobre la encimera, mientras balanceaba su lengua sobre sus labios sin dejar de tentarme. Cuando abrió la tela, metió sus manos debajo de sus dos tetas y las sacó por encima del sujetador dejando que colgaran como dos globos de agua caliente que sin dudarlo me metí en la boca y devoré como un salvaje sin cuidado alguno. Ella agarraba mi cabeza, la apretaba contra sus tetas y gemía con la respiración entrecortada. Metí mi mano por dentro de su pantalón y noté su coño mojado y caliente palpitando, apretándose contra mi mano efusivamente como si quisiera tragársela. Le bajé los pantalones y me arrodillé frente a su coño para chuparlo. Ella me agarró la cara y con un gesto seguro y desafiante me indicó que me sentara en el suelo apoyado en la pared. Eso hice. Ella se acercó a mí caminando hasta que su coño estuvo a un palmo de mi cara; se bajó las bragas y se agachó para poner su vulva chorreando en mi boca. Mi lengua ancha y caliente se balanceaba sobre su clítoris y mis manos apretaban sus muslos contra mí. Recorrí su clítoris haciendo círculos, empecé a bajar hasta su vagina y volví a subir, lamiendo todo su coño mientras mis dedos empezaban a jugar alrededor de su ano y notaba como toda ella se abría a mí boca y chorreaba sobre mi lengua. Le metí los dedos en la vagina y succioné su clítoris intercalando con mi lengua. Se balanceaba sobre mi cara sin ningún pudor, gimiendo y gritando de placer. Desde abajo, veía sus pechos retozando lujuriosos sobre su torso y entre sus dedos. Le metí el dedo en el culo y ella gimió profundamente; lo dejé dentro y hacía círculos con él, mientras mi lengua se hundía en su vagina recreándose en sus labios menores al tiempo que apretaba con el pulgar su clítoris hinchado. Se retorcía sobre mi boca con la respiración entrecortada, dando suaves gritos que me volvían loco; yo apretaba más mi boca contra su coño con cada gemido. “No pares, ah, no pares”, repetía mientras pasaba sus dedos entre mi pelo y apretaba suavemente. De pronto, se detuvo con un grito contenido, casi sin aire; sus muslos se apretaron contra mi cara y noté sus espasmos en mi lengua. Entonces, se deslizó sobre mi pecho extasiada, recorrió mi cara con sus labios hasta llegar a los míos, me besó profundamente mientras recuperaba el aliento y dejó caer su cabeza sobre mi pecho, que bullía descontrolado. La abracé y entendí que tendría que hacerme una paja al llegar a casa para calmar aquello. No me importó, estaba exultante con lo que había pasado. Ella se incorporó y me miró.

      -Siento dejarte así -dijo con un tono mezcla de culpa y algo de guasa, y se levantó de mi regazo colocándose bien los pechos dentro del sujetador-. Es que estoy agotada.

      Me volvió a sonreír; esta vez, con cierta ternura, que yo entendí como una muestra de complicidad.

      -No te preocupes -le dije mirándome el paquete a punto de explotar y sonriendo burlón-, ha merecido la pena.

      Me levanté y me dispuse a irme sin saber muy bien cómo despedirme. Ella se acercó y me besó la mejilla.

      -Te la debo -me dijo con picardía al despedirme en la puerta.

      Después de aquello, no encontraba el valor ni el momento de presentarme de nuevo en su casa. Pasaron los días y yo seguía observándola algunas noches llegar del trabajo y me quedaba imaginando todo lo que le haría. Pensaba que ella no querría nada más de mí.

      Una mañana que trabajaba desde casa, la repartidora llamó al telefonillo para entregarme un pedido. Abrí la puerta como un pordiosero, despeinado, sin camiseta, con un pantalón de chándal gris y las zapatillas de andar por casa. Pero no era la repartidora, sino Elba. Me empalmé en el momento y como iba sin calzoncillos mi polla se hizo notable. Ella me echó una sonrisa maliciosa y se abrió la chaqueta para dejarme ver sus enormes tetas empitonadas. La agarré de la cintura de su falda y tiré de ella hacia mí para comerle la boca y rozar mi paquete por su entrepierna. La giré y apreté mi polla contra su culo. Metí mi mano bajo su falda y descubrí su coño desnudo chorreando. Empecé a sobarlo, a apretarlo y a meter mis dedos en su encharcada vagina conteniendo mi polla apunto de explotar palpitando entre sus nalgas. Ella gemía y restregaba su culo contra mí miembro con movimientos de cadera. Me saqué la polla del pantalón, gorda y descontrolada, y se la metí en el coño como si pudiera atravesarla. Ella gritó de placer y yo la embestí con fuerza. Volví a meter mi mano entre sus piernas y a manosear su coño mojado al mismo tiempo que empujaba mi polla dentro de ella una y otra vez. Ella gemía sin pudor y gritaba “oh, síiii, no pares”. Sus tetas se balanceaban con cada embestida y sus piernas temblaban. “Uf, me encanta”, le dije al oído antes de pasar mi lengua por su oreja y justo antes de que ella empezara a encogerse de placer con el orgasmo. Sentir sus palpitaciones en la polla me excitó de tal manera que tuve que sacarla inmediatamente para no correrme dentro.

      Ella se dio la vuelta, se apoyó en la pared y tiró de mi brazo para pegarme a su cuerpo. La abracé de nuevo, con mis brazos rodeando su cabeza; la besé y resoplé de la excitación que había soportado.

      -¿Estamos en paz? -preguntó.

      -Espero que no -le contesté.