Horas extra

Ya era tarde en la oficina, pero debía terminar el informe para el día siguiente y realizar la presentación del proyecto que tenía adjudicado, así que me tuve que quedar hasta tarde. Sentía nervios por hacerlo, ya que estaba sola en un edificio de oficinas enorme.

       Cerca de las once de la noche, tuve la necesidad de levantarme para ir a la cocina a beber agua y estirar un poco las piernas. De camino a la cocina, me fui acomodando la falda corta negra y mis medias de liguero, que me hacían sentir sexy, junto con mi blusa favorita de seda color malva. Cuando llené mi pequeño vaso de papel en el dispensador de agua y me giré me llevé un susto terrible al encontrarme de imprevisto con uno de mis compañeros. Di un salto y grité sin contener la histeria, y al hacerlo derramé toda el agua que me quedaba en el vaso por encima de mi compañero. Allí estaba parado frente a mí, empapado, Eric; un hombre muy atractivo, alto y atlético, al que ya le había echado el ojo desde que lo vi por los pasillos. Tenía una mandíbula angulosa, la piel bronceada, una barba incipiente y los ojos más verdes que había visto nunca.

       Pues sí, allí estaba ese hombre con toda la camisa mojada y parte del pantalón. Yo con cara de susto aún y el corazón a mil. Me dijo:

       –Lo siento, pensé que me habías oído llegar a la cocina.


      
Yo, con el susto aún en el cuerpo le contesté:

       –¡No!, discúlpame tú por el baño espontáneo, creí que estaba sola. Siento mucho lo de tu ropa –le respondí señalando las zonas donde se había mojado.


      
–No te preocupes, esto lo seco yo en un momento –me dijo sacudiéndose la ropa. Acto seguido se fue quitando botón por botón la camisa blanca que llevaba.

       Yo, atónita y con la boca seca, intentaba tragar la saliva inexistente de mi boca. Deseaba tener agua en ese vaso, maldita sea.


     
Él se quedó mirándome. Imagino que por la cara de boba que se me debió de poner al ver aquel deslumbrante espectáculo. Colorada como un tomate por la situación, me giré de nuevo al dispensador de agua y volví a llenar el vaso para beberlo de un trago. Me volví a girar y no era capaz de mirarle a la cara; mi mirada se centraba en su pecho y su abdomen. ¿Qué me pasaba?, parecía como si no hubiese visto un hombre en mi vida. La verdad, de esas características, pocos. Y el hecho de llevar soltera y sin ningún encuentro casual más de cinco meses, no ayudaba mucho.

       El ambiente de la cocina se volvió tenso y, a la vez, denso, lleno de electricidad. Me armé de valor y me apoyé en la encimera de la cocina amagando confianza. Conseguí mirarlo a la cara y preguntarle:

       –¿Qué haces aquí a estas horas?

      

       –Pues imagino, Emma, que lo mismo que tú, terminar el trabajo para mañana, ¿no? –me respondió.


       
¿¡Cómo sabía mi nombre!? Me quedé mirándolo a los ojos un rato intentando averiguar qué podría saber de mi existencia y le dije:

        –Sabes cómo me llamo.


       
–Sí que lo sé, Emma, nos cruzamos a menudo por los pasillos y es difícil no fijarse en ti.

       Como si la misma Medusa me hubiese transformado en piedra, me quedé paralizada de cuerpo, pero mi mente iba a mil por hora. Se había fijado en mí como yo me había fijado en él. Ante ese pensamiento, mi cuerpo reaccionó de una manera que no esperaba. Los dos sentíamos curiosidad por el otro y atracción a la vez. ¿Podía ser eso posible? Mi mente rápidamente nos imaginó a los dos besándonos con pasión y fruto de ese pensamiento mis pezones se endurecieron. De nuevo, se me encendieron las mejillas. Él debió de notar la energía que emanaba de mi cuerpo y lo tensa que me sentía y como si me leyera la mente, dijo:

        –Sé que tú también te has fijado en mí. Lo he notado, Emma.


       
Muy despacio, se fue acercando a mí con el torso desnudo. Yo, tratando de ser una mujer confiada y segura de sí misma, le dije:

        –Sí, Eric, eres un hombre muy atractivo, y sí, me gustas, también me he fijado en ti.


      
A medida que se me acercaba, lo miraba fijamente a los ojos y él me devolvía la mirada. Era una mirada eléctrica, había fuego en sus ojos y eso también hizo que mi cuerpo reaccionara de nuevo: la respiración se aceleró. Joder, qué me pasaba. Estaba nerviosa, pero a la vez deseosa de que se acercara más a mí y notar su piel sobre mi piel. Me sentía tentada a estirar los brazos y deslizar mis manos sobre su abdomen. En un suspiro, lo tenía frente a mí y tuve que inclinar la cabeza hacia arriba para mirarlo.

       Era curioso, estaba nerviosa por notar su proximidad y ahora que lo tenía a dos centímetros me sentía como en casa, como si esto hubiese pasado en otra vida, como si fuésemos dos imanes opuestos. Seguí mi intuición y me puse de puntillas para besarlo. Sus labios carnosos y el roce de su lengua eran, como lo había imaginado una y otra vez, deliciosos. Eric respondió de la misma forma y después de unos minutos de intercambio de fluidos, para terminar, me mordió el labio inferior. Nos separamos con la respiración acelerada y mirándonos a los ojos. Creo que los dos pensamos lo mismo en ese instante, ninguno de los dos esperaba que fuese tan caliente, tan excitante.


       
Yo quería más, me sentía húmeda y deseosa de más. Lo cogí de la mano y pensé en cumplir una de mis fantasías. Él no puso pega y, sin saber a dónde lo llevaba, me siguió.

        Cuando llegamos a mi despacho, me apresuré a hacer un hueco entre las cosas que había encima de la mesa para sentarme sobre ella, frente a Eric, con las piernas abiertas. Agarré su mano y lo atraje hacia mí para fundirnos en un beso caliente y morboso. Él me agarraba la cabeza mientras me besaba; yo me aferraba a sus brazos músculos y duros. Eric empezó a bajar por mi cuello con besos suaves mientras yo me desabrochaba la blusa para dejar al descubierto mis pechos. Cuando llegó a la altura del sujetador, me bajó las tirantas y lo deslizó hacia mi vientre para dejar mis tetas completamente desnudas. Se inclinó sobre ellas y se las metió en la boca; primero una, luego la otra; peleando con su lengua contra mis pezones. Yo me moría del gusto y lo miraba excitada mientras las chupaba, y de un mordisquito en el pezón izquierdo, mandó una corriente eléctrica directa al clítoris al tiempo que metió sus dedos en mi coño empapado. Movía sus dedos en círculos contra las paredes de mi vagina y apretaba el pulgar contra mi clítoris mientras la punta de su lengua seguía seduciendo a mis pezones serpenteando a su alrededor. Agarró mis bragas y las bajó por mis muslos, por mis rodillas, hasta mis tobillos. Agarró con firmeza mi culo y lo acercó al filo de la mesa dejándome expuesta ante él. Fue bajando por mi vientre despacio, pero intenso, y me estremecí con cada centímetro que bajaba, deseosa de que me comiera entera. Cuando noté su lengua caliente hondeando mi coño palpitante, cerré los ojos, eché la cabeza hacia atrás y me mordí el labio inferior al tiempo que emitía un gemido salido de los más profundo de mi garganta. Le acaricié la cabeza mientras le miraba para ver cómo me comía.


       
Eric se puso de pie y se acercó a mi boca para dejarme saborear mi néctar. Mientras nos besábamos le toqué la polla a través del pantalón; la sentí dura, caliente, deseosa de salir. Me puse de pie, le bajé el pantalón y los calzoncillos descubriendo su gruesa polla perfectamente definida, hinchada y dura. Lo empujé despacio contra la mesa para que se tumbara sobre ella y repté por su cuerpo hasta hacer coincidir su miembro expectante con mi vagina. Así su polla entre mis dedos y, muy despacio, lo fui introduciendo dentro de mí. Empecé a subir y bajar las caderas con las manos apoyadas en su abdomen. Mis pechos cogieron su propio ritmo. Eric me sujetaba de las caderas mientras me miraba. Quería más. Se incorporó para poder besarme e ir intercambiando con mis pechos. Mis movimientos se adaptaron a su cuerpo y empecé a moverme de adelante a atrás, haciendo que mi clítoris se rozara con su pubis provocándome un placer inmenso. Él seguía besándome el cuello, los labios, los pechos, mientras yo seguía con los movimientos de cadera, que cada vez se aceleraban más. Dejó de besarme para decirme que siguiese así, que no parase. Me excité aún más al verlo desencajado por mis movimientos. Yo empecé a moverme más rápido y más y más y él me seguía mirando con lujuria, mordiéndose el labio, gimiendo conmigo. Cuando vi que llegaba a mi clímax, entre gemidos, susurré:

        –Me corro, me corro, Eric –y cerré los ojos para dejarme llevar.


      
Eric, al escucharme, me agarró de la cintura e intensificó sus movimientos haciéndome botar sobre su pelvis. Cuando me corrí, Eric se acercó a mi boca para beberse mis últimos gemidos.

      Dejé caer mi cabeza en su hombro, oliendo ese aroma maravilloso mezcla de sudor, colonia y sexo. Eric paró de pronto de bombear mis caderas, se levantó de la mesa y me volteó hasta ponerme boca arriba en el filo del mueble, completamente abierta de piernas. Se agarró el miembro con una mano, lo colocó a las puertas de mi vagina y lo empujó con ímpetu contra mí. Se acercó a mi boca y, mientras me penetraba una y otra vez, me besaba con insistencia. Nunca me había pasado, correrme dos veces en un mismo polvo, pero de pronto mi excitación volvió a crecer; no sé si serían sus labios, su olor o todo él, que hizo que la electricidad de mi cuerpo reviviera. Mi clítoris hinchado palpitaba como nunca, en cada estocada lo golpeaba y me hacía gemir. Eric al notar la vuelta de mi excitación me dijo:


       
–¿A punto de nuevo, Emma? Me vuelves loco –decía mientras su ritmo iba acelerando cada vez más.

        Conseguí balbucear entre gemidos:


       
–Sí, Eric, no pares…

       Le agarraba el culo para que las estocadas fuesen más fuertes, para que llegase más profundo. Eric acató mis exigencias y aceleró el ritmo. Se le tensó la mandíbula y se pegó a mi boca mientras yo gemía por mi nuevo clímax. Él se puso tenso y sacó su polla de mi coño para, con su mano derecha, empezar a mastubarse fuera de mí. Su semen caía por mis piernas mientras gemía y yo lo miraba embobada y con la respiración aún alterada. Me sentía exhausta, las piernas me temblaban. Eric ya recuperado, pero con la respiración igual que yo, se acercó y me volvió a besar con exigencia, agarrándome la cara con las dos manos.


       
Pensé que no sería nuestro último encuentro, sino el primero de muchos más.